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El ego de Dios y el panegírico de los poetas


Es un hecho pensado ya que la idea de Dios es un buen modelo a seguir, cuando Vicente Huidobro llama a los poetas a hacer crecer la rosa en el poema y remata que el poeta es un pequeño dios. Eso de pequeño debe ser una falsa modestia, ya que la locura de hacer crecer una flor en el poema y crear realidades no existentes es una exacerbación del ego del poeta, allí donde dios no lo creó, o simplemente mal hecho ha quedado, el poeta es un buen ejemplar de lo divino para cubrir esos espacios de realidad no dados y modificar lo que estima mal concebido.


¡Oh, ¿Qué sería de nosotros, los mortales que vivimos en la facticidad de lo real, sin la creación divina de los poetas?!


Sería una torpeza pensar entonces que quizás allí donde Nietzsche constató la muerte de Dios a fines del siglo XIX, no nos advirtiera del ego que dios dejó abandonado en esta tierra, ese ego que quedó pululando por ahí sin referente significante, ese vacío del complot divino no procuró matar también su ego, y salieron por doquier esos seres monstruosos tan llenos de sí que se apoderaron de lo que dios dejó de dios en sus ropajes, ante los ojos de Nietzsche no había nada más que un dios muerto -nada del otro mundo-, pues los poetas ya lo habían asaltado y quitándole su más preciado poder de creación, lo dejaron ahí muerto.


Así, desde el lado más oscuro de la muerte divina nació esa otra divinidad, la del lenguaje, que si bien estaba ya lloriqueando, su posesión ególatra le enseñó el alfabeto de la creación y se puso a revolver todo en este mundo. Desde entonces que no entendemos nada, y esa es la fruición más grande que hemos sentido los que no somos poetas, la inversión de lo invertido de cuyo orden su desorden es la creación misma, pues ¿quién entiende lo contemporáneo?


Desde que un latinoamericano encontrara la llave en el fondo del mar, la llave que Apollinaire constató su pérdida, Huidobro la encuentra y a lo largo de su poesía está entramada abriendo puertas hacia el infinito, saltando de ritmos a imágenes. Bueno, no sólo Huidobro, ni el primero. La poesía desde principios del siglo XX se hiló entonces con la visualidad, se montaron unas sobre otras, se abrió el tiempo, ¡y el espacio se hizo insoportable! Los poetas perdieron su tierra y convivieron en el lenguaje, nos abrieron el entendimiento para ya no entender nada, y vivir en el sentido intenso del montaje. Nos robaron la reliquia de dios que es el ego, nos quedamos sin dios y sin su ego, y en su lugar unos poetas que jugaban como niños a resinificar todo lo que como seres humanos habíamos nombrado, desde entonces las cosas ya no son lo que creíamos, desde entonces son masas-play doh, que va quedando tirada por ahí, desmembrada suplantada por algo más innovador, y los que no somos poetas, abofeteados vivimos sus propios efectos, ya no sabemos ni siquiera de sus nombres, han quedado ocultos tras la desmesura de la creación contemporánea, donde todo choca con todo y en ese choque vivimos nuestra insignificante labor diaria.


Estamos puestos en el más mínimo detalle poético donde la poesía ya no vale nada, alguno dirá que se ha agotado. Y después de eso, la destrucción. No pudo ser de otro modo. Vivimos entre la P y la O del panegírico de los poetas, que de sus manos nace el lenguaje desmembrado de la imagen.

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